Introducción
Una de las preguntas recurrentes a la que somos sometidos los profesionales de la salud está relacionada con las causas que hacen que nuestro cuerpo engorde, la falta de sueño es una de ellas y es algo de lo que vamos a hablar en este artículo. Veremos el impacto que puede producir el insomnio en la acumulación de grasa corporal.
Entender el funcionamiento del metabolismo engloba una ardua tarea, la forma en la que engordamos, los factores que nos ayudan en la acumulación de masa muscular o la manera en la que logramos caer en un déficit calórico son factores importantes que debemos conocer.
Como profesionales de la salud tenemos la responsabilidad y la necesidad de comprender el manejo de las herramientas de las que disponemos para poder influir en el comportamiento de las hormonas y todos los factores que hemos comentado anteriormente. Entre ellos vamos a destacar cómo el sueño puede impactar en el metabolismo.
Es común encontrar situaciones en casos cercanos o incluso vividas por nosotros mismos, las épocas de alteración del sueño y los momentos que producen cambios en nuestra vida. Los motivos a veces pueden ser variados, como por ejemplo: un trabajo a turnos, el cambio de hábitos en verano, un problema que no nos quitamos de la cabeza o un estrés alargado en el tiempo. Todos ellos son causas que nos hacen dormir peor y esta falta de sueño nos produce una mala composición corporal, aunque la dieta sea la misma y hagamos la misma actividad física. Hablaremos de esos factores fisiológicos que nos perjudican.
La elevación del cortisol
El cortisol aumentado en sangre juega un papel muy importante en la falta de sueño. El cortisol es una hormona que libera nuestra glándula suprarrenal para enfrentarnos a situaciones hostiles que interpreta nuestro cuerpo. Esta hormona induce a determinados comportamientos fisiológicos de nuestro organismo: eleva la glucosa y la presión arterial, baja las defensas y nos prepara para enfrentarnos a un medio muy adverso.
Se dará una situación en la que el cuerpo no haya descansado bien, inmenso en una etapa en la que la fase del sueño haya sido reducida en más de un 50% de lo habitual y por lo tanto el organismo como defensa y de manera homeostática elevará el cortisol. Esta situación nos prepara para afrontar el reto que nos va a deparar un día más de nuestra vida (problemas en el trabajo, hacer la comida de los niños o cuidar a ese familiar enfermo). Momentáneamente tendremos respuesta ante estas situaciones a pesar de no haber dormido. El problema viene luego, ¿qué ocurre después?.
Nuestro cuerpo tiene capacidad de resistencia y de lucha, pasarán los días y nosotros vamos a seguir afrontando todo a pesar de una falta de recuperación fisiológica. Los entrenamientos seguirán en una buena frecuencia y con trabajo intenso, la dieta se mantendrá baja en calorías por nuestra etapa de definición y los niños y el familiar enfermo bien atendidos, ¿somos super héroes? pero, ¿por cuánto tiempo?
La realidad es que este estado de caos en el que nos hemos sumergido irá retroalimentando los efectos negativos. Vamos a seguir liberando cortisol por la noche que inducirá a una secreción de glucosa a través de la neoglucogénesis hepática y la generación de una hiperglucemia nocturna. A pesar de hacer las cosas bien en nuestra vida cotidiana, la resistencia a la insulina aparecerá en nuestras vidas y el problema con el sueño persistirá. El resultado es que la glucosa en sangre estará disparada aunque no estemos consumiendo hidratos de carbono y llegará el momento en el que la situación ya no será soportable por parte de nuestro organismo.
Estragos metabólicos y hormonales
El cortisol elevado por la noche va a generar estragos metabólicos y hormonales. En primer lugar esto causará que tengamos una mínima cantidad de disponibilidad de testosterona tanto en hombres como en mujeres. Esta hormona debería estár muy elevada a primera hora del día (7-8 de la mañana), al tener una menor disponibilidad de testosterona como consecuencia del estrés y la SHBG (globulina fijadora de hormonas sexuales) elevada, restará funcionalidad de nuestra testosterona y vendrán los problemas añadidos.
Uno de esos problemas puede verse reflejado en la pérdida de masa muscular. Los entrenamientos y sus posteriores recuperaciones perderán proporción y la sarcopenia puede aparecer a la vuelta de la esquina. Los entrenamientos perderán calidad y no podremos retener de manera óptima el nitrógeno proteico que estamos consumiendo.
Los desencadenantes fisiológicos se retroalimentan y los efectos negativos empiezan a verse multiplicados. Un ejemplo de ello es la elevación del cortisol, esta hormona que activa el cuerpo y lo pone en estado de simpaticotonía, necesitará un sustrato energético para esta función. La energía necesaria la va a sacar del glucógeno muscular (recordamos que parte del músculo es glucógeno) y activará la degradación del músculo. La pérdida de músculo nos inducirá a la resistencia a la insulina y por lo tanto ya no somos la misma persona; ya no reaccionamos de la misma manera ante los estímulos.
Uno de los estímulos a los que hacemos mención es la respuesta ante la ingesta de los hidratos de carbono, antes este consumo nos sentaba muy bien y tenía varios efectos beneficiosos, entre ellos: un sueño profundo, una recuperación completa del músculo o una capacidad de motivación y cognitiva superlativa.
En el estado actual, la respuesta ante la misma cantidad de carga de hidratos será diferente y los efectos negativos en nuestro organismo tendrán un efecto devastador, debido a reacciones fisiológicas como: la hiperglucemia, la hiperinsulinemia y una lipoinflamación. El resultado final será una mayor acumulación de grasa y la pérdida de masa muscular.
Conclusiones
La ausencia de sueño no es para nada el único culpable de todos estos síntomas pero sí puede ser un desencadenante importante y el que encienda la mecha de todo el conglomerado fisiológico. Es importante entender que quizás en momentos que sospechamos que podemos caer en este estado tengamos que dar pausa a nuestra vida. Bajar la intensidad de los entrenamientos, caminar por las mañanas, flexibilizar la dieta y tomarse unos días de vacaciones pueden ser algunos de los ejemplos prácticos que nos pueden ayudar a normalizar nuestra vida.